viernes, 4 de mayo de 2012

Kabuki


A Carlos
que siente,
que vive,
que entiende
todo.

  

Kabuki:

Género teatral japonés que combina actuación y declamación y en el que los papeles femeninos son representados por hombres. Es de carácter popular y en él se alterna el diálogo con partes recitadas o cantadas y danzas para que el público disfrute con algunos bailes durante los intermedios. Se caracteriza por su drama estilizado y el uso de maquillajes elaborados en los actores. En sus inicios, era realizado por mujeres quienes se encargaban de los papeles femeninos y masculinos en situaciones cómicas de la vida cotidiana. Muchas de las ejecuciones en este período fueron de carácter indecente, ya que las actrices estaban comúnmente disponibles para la prostitución, y los miembros masculinos de la audiencia podían requerir libremente de los servicios de estas mujeres. Por esta razón, el kabuki era también escrito como 歌舞妓 (prostituta cantante y bailarina) durante el período Edo. Más adelante, con el kabuki masculino, muchos actores estaban también disponibles para la prostitución (incluso para clientes homosexuales). Las audiencias se alborotaban frecuentemente, y de vez en cuando explotaban las reyertas, en ocasiones para requerir los favores de un joven actor atractivo en particular, llevando al shogunato a prohibir también las actuaciones de actores jóvenes en 1652.



I

En el reflejo quieto
manos cómplices
definen el rictus:
aparecen líneas que dibujan
mil rostros
un rostro
ninguno.
Pálidas formas se suceden
hasta encontrar
la exacta
y
las palabras
presas
aguardan su turno
en la mudez.

  

II

Colores desnudos
cubren la nada andante.
Atrás
he dejado colgada la esencia:
único traje posible.
Voy a seguir la recta
que me llevará al horizonte
de los mundos minúsculos.

He muerto
para nacer
en un instante
que me vestirá con su luz.

   

III

Vendrá un fulgor
que preñará las grandes fauces
y brotaré de repente
empapado de mil colores viscosos.

Me tragaré de un sorbo
la oscuridad
y sólo habitará en mí.

Por ahora, desde aquí
puedo ver la mirada ciega
de la espera.
Nadie me sospecha aún.

  

IV

Siluetas esquivas,
paredes falsas,
máscaras.
Inicia el engaño
bajo la luz tenue
del deseo.
Fijos, imperturbables
se descubren
los mil ojos del monstruo
y sus tentáculos
quieren herirme.

Sombras.

Aparece un rostro,
pero la voz,
permanece dormida
soñando su estruendo
en otros caracoles.

  

V

Silencio expectante
invocando
melodías nefastas.
Soles huérfanos
disparando
rayos para cercar
el hechizo.
Soy
la úvula
de la garganta que me tiene
su centro
su mágico centro
su trágico centro
y en el rugido
me estremezco
como danzando.

  

VI

Y comienza la danza:
un mundo,
un traje,
un rostro.
Una danza.
Lascivos gestos
surgen de las sombras
impregnándolo todo.
Postores hambrientos
insinúan su caricia
en el aplauso desgarrador.

Rastrojos.

Estoy
suspendido en el aire
esperando
la caricia impuesta.

  

VII

Absorto,
el monstruo escucha.
Se abandona
en el conjuro
y de mi boca
vuelan papagayos
que en su canto
lo seducen.
El anhelo
y
el sueño
son una trampa.
Su deseo
es la red certera
que he ayudado a tejer
para condenarme.

En el aire
los colores
se esfuman con su triunfo.

  

VIII

Se han cerrado las fauces,
engulléndome.
En mi noche,
sólo puedo esbozar
grises escenas
sin la ventaja de quien miente.
Esta oscuridad,
donde todo es lo mismo,
transforma el hechizo
en agua de una sola sed.

Me han ganado
y las opciones
se ocultan con cada sol.

  

IX

Es tiempo de tomar
lo necesario
y partir
lo antes posible.
Afuera
me esperan.
Vuelto a la mudez,
mi cuerpo,
no sabe de rumbos
ni siquiera supone el dispuesto.
¿Para qué mirarme al espejo
si no podré reconocerme?

  

X

Arderé en el fuego ajeno.
Ya sus pupilas de sol
dictaron mi destino
y sus manos acuosas
me calcinan.
Su jadeo
reclama mi cuerpo
ensordeciendo el canto
enrareciendo el aire.

Inmóvil
mi rostro se desdibuja,
no decide quien ser.

  

XI

Maquillaré mi desgracia
y, al andar,
recogerá las venias y el sonrojo
de aquellos disfraces que mienten,
de aquellos que se masturban
con la misma mano
con que se persignan.

Simularé creerles.

En nuestro circo
el engaño
es un gran aro de fuego
sin principio
ni fin.



XII

Pido silencio
para perderme
de a poco,
esperando volver
al blanquísimo inicio.

Arrojo trozos de mí,
a ultranza,
porque el pasado pesa
y se derrama
hasta ocuparlo todo.

Por eso me abandono,
por eso
estoy sangrando partes intactas
siempre prestas a empezar.