A
Carlos
que
siente,
que
vive,
que
entiende
todo.
Kabuki:
Género teatral japonés que combina
actuación y declamación y en el que los papeles femeninos son representados por
hombres. Es de carácter popular y en él se alterna el diálogo con partes
recitadas o cantadas y danzas para que el público disfrute con algunos bailes
durante los intermedios. Se caracteriza por su drama estilizado y el uso de
maquillajes elaborados en los actores. En sus inicios, era realizado por
mujeres quienes se encargaban de los papeles femeninos y masculinos en
situaciones cómicas de la vida cotidiana. Muchas de las ejecuciones en este
período fueron de carácter indecente, ya que las actrices estaban comúnmente
disponibles para la prostitución, y los miembros masculinos de la audiencia
podían requerir libremente de los servicios de estas mujeres. Por esta razón,
el kabuki era también escrito como 歌舞妓 (prostituta cantante y bailarina)
durante el período Edo. Más adelante, con el kabuki masculino, muchos actores
estaban también disponibles para la prostitución (incluso para clientes
homosexuales). Las audiencias se alborotaban frecuentemente, y de vez en cuando
explotaban las reyertas, en ocasiones para requerir los favores de un joven
actor atractivo en particular, llevando al shogunato a prohibir también las
actuaciones de actores jóvenes en 1652.
I
En
el reflejo quieto
manos
cómplices
definen
el rictus:
aparecen
líneas que dibujan
mil
rostros
un
rostro
ninguno.
Pálidas
formas se suceden
hasta
encontrar
la
exacta
y
las
palabras
presas
aguardan
su turno
en
la mudez.
II
Colores
desnudos
cubren
la nada andante.
Atrás
he
dejado colgada la esencia:
único
traje posible.
Voy
a seguir la recta
que
me llevará al horizonte
de
los mundos minúsculos.
He
muerto
para
nacer
en
un instante
que
me vestirá con su luz.
III
Vendrá
un fulgor
que
preñará las grandes fauces
y
brotaré de repente
empapado
de mil colores viscosos.
Me
tragaré de un sorbo
la
oscuridad
y
sólo habitará en mí.
Por
ahora, desde aquí
puedo
ver la mirada ciega
de
la espera.
Nadie
me sospecha aún.
IV
Siluetas
esquivas,
paredes
falsas,
máscaras.
Inicia
el engaño
bajo
la luz tenue
del
deseo.
Fijos,
imperturbables
se
descubren
los
mil ojos del monstruo
y
sus tentáculos
quieren
herirme.
Sombras.
Aparece
un rostro,
pero
la voz,
permanece
dormida
soñando
su estruendo
en
otros caracoles.
V
Silencio
expectante
invocando
melodías
nefastas.
Soles
huérfanos
disparando
rayos
para cercar
el
hechizo.
Soy
la
úvula
de
la garganta que me tiene
su
centro
su
mágico centro
su
trágico centro
y
en el rugido
me
estremezco
como
danzando.
VI
Y
comienza la danza:
un
mundo,
un
traje,
un
rostro.
Una
danza.
Lascivos
gestos
surgen
de las sombras
impregnándolo
todo.
Postores
hambrientos
insinúan
su caricia
en
el aplauso desgarrador.
Rastrojos.
Estoy
suspendido
en el aire
esperando
la
caricia impuesta.
VII
Absorto,
el
monstruo escucha.
Se
abandona
en
el conjuro
y
de mi boca
vuelan
papagayos
que
en su canto
lo
seducen.
El
anhelo
y
el
sueño
son
una trampa.
Su
deseo
es
la red certera
que
he ayudado a tejer
para
condenarme.
En
el aire
los
colores
se
esfuman con su triunfo.
VIII
Se
han cerrado las fauces,
engulléndome.
En
mi noche,
sólo
puedo esbozar
grises
escenas
sin
la ventaja de quien miente.
Esta
oscuridad,
donde
todo es lo mismo,
transforma
el hechizo
en
agua de una sola sed.
Me
han ganado
y
las opciones
se
ocultan con cada sol.
IX
Es
tiempo de tomar
lo
necesario
y
partir
lo
antes posible.
Afuera
me
esperan.
Vuelto
a la mudez,
mi
cuerpo,
no
sabe de rumbos
ni
siquiera supone el dispuesto.
¿Para
qué mirarme al espejo
si
no podré reconocerme?
X
Arderé
en el fuego ajeno.
Ya
sus pupilas de sol
dictaron
mi destino
y
sus manos acuosas
me
calcinan.
Su
jadeo
reclama
mi cuerpo
ensordeciendo
el canto
enrareciendo
el aire.
Inmóvil
mi
rostro se desdibuja,
no
decide quien ser.
XI
Maquillaré
mi desgracia
y,
al andar,
recogerá
las venias y el sonrojo
de
aquellos disfraces que mienten,
de
aquellos que se masturban
con
la misma mano
con
que se persignan.
Simularé
creerles.
En
nuestro circo
el
engaño
es
un gran aro de fuego
sin
principio
ni
fin.
XII
Pido
silencio
para
perderme
de
a poco,
esperando
volver
al
blanquísimo inicio.
Arrojo
trozos de mí,
a
ultranza,
porque
el pasado pesa
y
se derrama
hasta
ocuparlo todo.
Por
eso me abandono,
por
eso
estoy
sangrando partes intactas
siempre
prestas a empezar.